Marasmo
La paralización del afecto en bebés y niños institucionalizados
El marasmo institucional, es un síndrome, que se manifiesta con perturbaciones psíquicas, emocionales y espirituales en niños institucionalizados. Si bien se observa desde el comienzo de la internación algunos síntomas, el agravamiento se agiganta desde el tercer mes y se agrava de acuerdo a la duración del encierro bajo unas características especiales, importantes de conocer.
El niño siente y sufre la ausencia de la madre. El término madre, lo utilizamos en este artículo como matriz del afecto, no como condición de género.
Despierta este conjunto de sensaciones, su percepción de que las cercanías humanas responden nada más que a manipulaciones relacionadas con personas, generalmente empleadas públicas, que tan sólo cumplen una función: higienizar y alimentar. La afectividad está ausente de una manera total y cruel.
Esta sensación lleva al bebé o al niño pequeño a una depresión evolutiva, que repercutirá en poco tiempo en una circunstancia física, que la pediatría llama: marasmo clínico.
Pero, el primero que sobreviene es el marasmo institucional, base desde el cual y por el cual, se enfermará seguramente el cuerpo, que oficia de sustrato material de este estado de vulnerabilidad emocional.
Estas dolencias, cuando transcurren en el área física, se manifestarán con: retardo del desarrollo corporal, de la habilidad manual, de la adaptación al medio ambiente, del lenguaje, de su maduración intelectual y la disminución de la resistencia a las enfermedades.
También y de modo alternativo, se observará llanto continuo, agitación y desesperanza, hasta una fase posterior de interrupción del llanto, permanencia de largos tiempos con ojos inexpresivos, indiferencia por el entorno, extrema pasividad, sin reactividad a estímulos, sueño constante y adelgazamiento notorio, límite que puede llevarlo a la muerte.
Los síntomas van creciendo en la medida que aumenta el tiempo de internación o separación del vínculo afectivo. El pequeño sabe, percibe su inmadurez y su dependencia, incluso afectiva como un elemento vital para su supervivencia y lucha deseando estar protegido. Si se resuelve esa falta, el niño se recupera rápidamente, sino, puede que se adapte… si no lo logra, se abandona, y se deja morir.
Un papá o una mamá le brindarán el sentimiento básico de estar cuidado, amado y perteneciendo a un rol interactivo como es el de ser “hijo”.
Las visitas humanitarias causan daño
Es común, ver adolescentes secundarios hacer programas para ir a ver niños institucionalizados. Les viene curiosidad, o les sobreviene una especie de espasmo solidario y muchas veces, incentivados por los mismos padres, deciden, juntarse el sábado para ir a visitarlos para tocarles la guitarra, hacerle de payasos o contarles cuentitos.
El bebé o niño pequeño de Sala Cuna está dentro de una edad de 0 a 5 años, casualmente, el momento crítico del inicio del marasmo institucional, por ello, cuando se encuentra con los jóvenes que lo visitan, se encanta, se llena de alegría, porque es fácil suponer las carencias tremendas de afectos que padece. Esas ganas indescriptibles de ser acariciados, besados, alzados, abrazados, que le hagan cosquillas o que los hagan jugar.
Hasta acá, todo está bien.
Pero, una hora después, luego de ese momento maravilloso, los adolescentes, se retiran de la sala, abandonan los cariños, se despiden tocándoles la cabecita y desaparecen, seguidos por la mirada incomprensible de los pequeños, que los ven alejarse, por los pasillos, largos, altos, húmedos y fríos, por donde desaparecen siempre, sin regresar.
El niño, entendió que había encontrado por fin, la calidez y presencia de afecto constante que precisaba… de pronto, vuelve a sentirse abandonado, una repetición exacta de lo que le pasó, cuando sufrió, su primera soledad…la pérdida de su mamá.
Dobla sus rodillitas compungido. No comprende lo que le pasa y se sumerge en un estado muy especial de desazón. Toda la conducta, que aquellos jóvenes o curiosos, la vivieron como un acto divertido, humanitario y cristiano, termina agravando su precario estado emocional y su ilusión.
Poco a poco y por estos actos que se repiten todos los días, estas criaturas, comienzan a descreer de todos los humanos que se acercan a sus cunitas, se recuestan sin esperanzas mirando el techo, subsumidos en una tristeza que no pueden comprender ni explicar. No quieren sentir de nuevo lo mismo y se abandonan, desisten de buscar lo que necesitan. La frustración es grande y golpea cada vez con más fuerzas.
En la última etapa, el niño se duerme, en posición fetal y poco a poco se deja morir.
Caramelos, galletas y maní
En la Sala Cuna de Tucumán, la Fundación Adoptar en el año 2001 concretó un convenio con la facultad de odontología de la Universidad Nacional de Tucumán, mediante el cual, alumnos avanzados de la carrera, curaron 119 caries de 35 niños.
En las visitas habituales que programa la gente para conocerlos a los niños institucionalizados, casi les resulta imposible reprimir su necesidad de agradarlos, para ello, procuran lo más fácil de conseguir…golosinas. Lo que podría ser un placer para cualquier criatura, en estos bebés y niños pequeños se transforma en dolor. Lloran y se quejan todas las noches con el padecimiento de dientes y muelas, careadas, porque luego de comerlos, nadie les lava los dientes.
La propuesta de Fundación Adoptar ¡funcionó!
Tratamiento con perros de Terapia
Cómo lo hicimos
Durante el año 2001, con 27 voluntarios, acompañados cada uno con un perro de terapia, se nos ocurrió un tratamiento cuyos resultados aplicados a bebés y niños internos en la Sala Cuna de Tucumán fue todo un éxito.
El tratamiento, consistió en lo siguiente:
A cada niño mayor de un año y medio, el voluntario le presentó un perro. Siempre y en todo momentos, tres días a la semana, aparecía el mismo voluntario con el mismo perro y se reunían con el pequeño, a la hora convenida.
Buscábamos impactarlo, al niño, desde el sentimiento de pertenencia y lo logramos de a poco. El voluntario, le anunciaba que le regalaba el perro y le explicaba, que como dueño, debía ponerle un nombre. Luego de tal información, el voluntario se llamaba a silencio y tan sólo asistía a la circunstancia de la relación de ambos, el niño y su perro.
Luego, todos los miembros de la sala, voluntarios, incluso el personal de la sala, debían llamar a los perros, con el mismo nombre que cada niño le había elegido.
El voluntario, siempre permanecía en segundo plano, con movimientos suaves, para pasar desapercibido. En cada entrevista no hablaba, sino y tan sólo deja cerca del niño objetos como cepillos, peines, collares, pequeños huesos de plástico, pelotitas, con las que ambos (el niño y el perro) comienzan a jugar. El can, le responde moviéndole la cola sobre el rostro, a veces con un ladrido amistoso o lamiéndolo. Esta cercanía, nos comenzó a mostrar cómo al niño le potenciaba su afecto, cada vez más fuerte con su perro.
Mientras tanto y en toda esta etapa, el voluntario continúa su misión, prácticamente oculto, sin participar. Su única función es cuidar la mascota, en su relación con el niño y permanecer en silencio absoluto, ausente, respetando la relación de los dos únicos protagonistas que debían participar del escenario.
El voluntario debía ser cuidadoso para que todos los días, a la hora señalada, llevara el animal ante la presencia del niño para el encuentro. Este acto de repetición y continuidad no debía fallar y así lo logramos durante 12 meses.
A partir de este proceso, se observaba al niño que comenzaba a encariñarse y a reconocerlo como propio al can. Se observaban conductas de pertenencia del niño, que poco a poco, se iban incrementando. comenzaba a aceptar, que el voluntario, al final de la entrevista se lo llevara, para regresarlo el día convenido.
En el transcurrir de los días, el niño pedía bañarlo al perro, le colocaba una correa y lo sacaba a pasear por los jardines, le daba de comer, le colocaba un adorno si era perra, reafirmando en cada una de estas conductas, una sensación de propiedad total, como nunca antes, lo había manifestado.
Luego de un tiempo y poco a poco, el voluntario, comenzaba, tímida y sutilmente a interactuar con el niño y con el perro.
La etapa final, consiste en ir extrayendo la presencia del perro, quien es reemplazado por el voluntario, que frente a frente con el niño, cara con cara, lo habla y lo distrae, con un objetivo: hacerse amigo del niño, hacerse confiable.
El objetivo es, devolverle al pequeño, la confianza perdida en el humano, pero a partir del perro, que le pertenece, porque es de él y tan sólo de él.
Los resultados han sido maravillosos, por cuanto luego de un tiempo, el niño, había tenido ocupado y estimulado sus afectos, por lo que haría y cómo jugaría con su amiguito, a día siguiente, cuando tenía que venir.Con una técnica especial, el voluntario se muestra en pleno e intercambia su presencia con la del perro.
El sentido de amistad y confianza se fortalece, por la creación de la complicidad que había logrado el voluntario regalándole su mascota preferida.
Pudimos con ello, frenar y hasta hacer desaparecer los síntomas del marasmo institucional y por ende el marasmo físico o clínico de los pediatras.
Tres observaciones
1) El marasmo pediátrico desaparece, cuando se retiran las condiciones que han provocado el marasmo institucional y el niño sana absolutamente.
La enfermedad con todos los síntomas remite definitivamente, cuando ese bebé o niño, se encuentra con su mamá, repetimos como matriz de amor, no como género. También puede ser un papá, siempre que lo perciba como un amor estable, lo siente bien, lo pone contento y satisfecho de vivir.
2) El programa de los perros de terapia en la Sala Cuna de Tucumán, duró tan sólo un año. Como se verá, el rol de los voluntarios era importantísimo, pero para sobrevivir, debían quitar sus tiempos de sus estudios y sus trabajos y darlos a la solidaridad que se necesitaba para llevar adelante esta compleja misión, por supuesto sin recibir nada a cambio.
La solución podría haber sido continuar gracias a alguna subvención oficial, pero, ni siquiera pudimos hacerles comprender a los funcionarios, cuáles eran las ventajas de trabajar dentro de la Sala Cuna con perros de terapia y ni sabían que los animales podían ayudar de esa manera a la humanidad. Algunos creían que les estábamos haciendo una broma.
3) Por todo esto y muchísimo más, los jueces deben comprender, que el reloj biológico de un niño no es el mismo que el de un adulto. Que 4 años en la vida de un niño pueden ser la mitad de su vida. Que no puede otorgarse la adopción por un acto de caridad hacia un niño, cuando ya se le debe este derecho por Justicia. Las personas, cuando niñas, precisan comenzar el camino de sus vidas, tomados de las manos de sus papás.
LA DESPEDIDA
Cuando el último día, nos despedimos de este proyecto y de cada uno de estos bebés, nos fuimos sabiendo que nunca más íbamos a volver.
Nos fuimos entristecidos, desolados, con una desazón que nos carcomía el alma. Caminábamos secándonos las lágrimas, por los pasillos, largos, altos, húmedos y fríos, dándoles las espaldas a los bebés que habían tenido la posibilidad de conocer el amor, acariciando un perro.
Mientras salíamos del edificio nos invadía la sensación de ser intrusos de un país ajeno, con soledad, sin pertenencia, un conjunto de sentimientos, que un año atrás nos proponíamos combatir en los más chiquitos.
Nos abrazamos, unidos por una nostalgia incomprensible que casi nos hizo doblar las rodillas porque sentimos que esos niños quedaban solos nuevamente, envueltos, todos nosotros, juntos con ellos, en una especie desalmada, de algo así, como… un marasmo social.
Escribió Julio César Ruiz